Este primer tomo de la trilogía es una continuación directa de El hobbit, en el cual se cuenta cómo Bilbo Bolsón se hace con el anillo único y cómo empieza a interactuar con él. La comunidad del anillo se ambienta unas décadas después, y será Frodo, su sobrino, el que se encargue de la ardua tarea de llevar el anillo al Monte del destino, en Mordor, para destruirlo y así extender la paz por toda la Tierra Media. Esta novela es, a su vez, un punto de partida para extender toda la mitología de ese mundo que había comenzado a desarrollar en relatos y que aún hoy sigue extendiéndose con nuevos escritos que su hijo Christopher Tolkien publica de cuando en cuando.
Aquí vemos a personajes que ya aparecían en la precuela, como el mago Gandalf; y parientes de personajes de la obra, como Gimli, hijo del enano Gloin. Pero también aparecerán personajes nuevos, como el elfo Legolas, el mago Saruman o el heredero de Gondor Aragorn, a la postre el auténtico protagonista de toda la saga. Y además, la primera mitad de la obra transcurrirá por paisajes ya conocidos como La comarca, la posada de Tom Bombadil…
Sin embargo, lo que varía claramente es el estilo. Aquí vemos a un Tolkien que abandona en parte la literatura juvenil para centrarse en un público más adulto, que puede soportar mejor ciertas escenas sin mirar hacia otro lado, como el encuentro con los orcos en Moria, o la “traición” de Boromir a la Comunidad. Siempre he pensado que Boromir ha sido el personaje más “humano” que ha escrito Tolkien, ya que se deja llevar por sus impulsos y porque huye de esa mácula que protege al resto de la comunidad como si de seres de luz se tratasen.
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